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Feminismo, Clase y Anarquismo

La relación entre la sociedad de clases y el capitalismo

La característica que define a la sociedad capitalista es que está mayoritariamente dividida en dos clases fundamentales: la clase capitalista (la burguesía), hecha de dueños de grandes negocios, y la clase trabajadora (el proletariado), que consiste en más o menos todos los demás —la gran mayoría de la gente que trabaja por un salario. Hay, por supuesto, toda una gama de grises dentro de esta definición de sociedad de clases, y la clase trabajadora en sí misma no está hecha de un grupo homogéneo de personas, pero incluye, por ejemplo, trabajadores sin especialización así como la mayoría de lo que comúnmente se denomina la clase media, y puede haber, por ende grandes diferencias en ingresos y oportunidades para diferentes sectores de la clase trabajadora definida ampliamente.

“Clase media” es un término problemático ya que, aunque se usa frecuentemente, rara vez queda claro a quién se refiere exactamente. Usualmente “clase media” se refiere a trabajadores tales como profesionales independientes, pequeños dueños de negocios y administrativos bajos y medios. Sin embargo, estas capas medias no son realmente una clase independiente, ellas no son independientes del proceso de explotación y de la acumulación de capital que constituye al capitalismo. En general están en los límites de una de las dos clases principales, la clase capitalista y la trabajadora.[1]

Lo importante de analizar la sociedad como compuesta de dos clases fundamentales es entender que la relación económica entre estas dos clases, los grandes dueños de negocios y las personas que trabajan para ellos, se basa en la explotación y por ende estas dos clases tienen intereses materiales fundamentalmente opuestos.

El capitalismo y los negocios son, por naturaleza, movidos por la ganancia. El trabajo que un empleado realiza crea riqueza. Algo de esta riqueza se le da al empleado en su paquete salarial, el resto se lo queda el jefe, sumándose a sus ganancias (si los empleados no diesen ganancia no los emplearían). De esta manera, el dueño del negocio explota a sus empleados y acumula capital. Es parte del interés del dueño del negocio maximizar sus ganancias y mantener los costos de los salarios bajos; es del interés de los empleados maximizar su paga y mejorar las condiciones laborales. Este conflicto de intereses y la explotación de una clase por otra clase minoritaria, es inherente a la sociedad capitalista. Loa anarquistas tienen como finalidad abolir el sistema capitalista de clases y crear una sociedad sin clases.

La relación entre sexismo y capitalismo

El sexismo es una fuente de injusticia que difiere del tipo de explotación de clase mencionado más arriba de varias maneras. La mayoría de las mujeres viven y trabajan con hombres al menos parte de su vida; ellas tienen relaciones cercanas con hombres tales como su padre, hijo, hermano, amante, compañero, esposo o amigo. Mujeres y hombres no tienen intereses opuestos de una manera inherente; nosotras no queremos abolir los sexos sino abolir la jerarquía de poder que existe entre los sexos y crear una sociedad donde las mujeres y los hombres puedan vivir libremente y juntos en igualdad.

La sociedad capitalista depende de la explotación de clase. No depende sin embargo del sexismo y podría en teoría acomodarse en gran medida a un tratamiento similar de mujeres y hombres. Esto es obvio si miramos lo que la lucha por la liberación femenina logró en varias sociedades alrededor del mundo en los últimos, digamos, 100 años; en los que hubo mejoras radicales en la situación de mujeres y los supuestos que subyacían sobre qué roles son naturales y están bien para la mujer. El capitalismo, con el paso del tiempo, se ha adaptado al rol y status cambiante de la mujer en la sociedad.

El final del sexismo por ende no llevará necesariamente al final del capitalismo. De la misma manera, el sexismo puede continuar incluso después del capitalismo habiendo sido abolida la sociedad de clases. El sexismo es posiblemente la forma de opresión más temprana que existió, no sólo precede al capitalismo; sino que hay evidencia que el sexismo también precedió a formas más tempranas de la sociedad de clases.[2] A medida que las sociedades se han desarrollado la exacta naturaleza de la opresión a las mujeres, la forma particular que esta toma, ha cambiado. Bajo el capitalismo la opresión de las mujeres tiene sus caracteres propios y particulares donde el sistema ha tomado ventaja de la histórica opresión de la mujer para maximizar sus ganancias.

¿Pero, qué tan realista es el fin de la opresión a la mujer bajo el capitalismo? Hay muchas formas en las que las mujeres son oprimidas como sexo en la sociedad actual —económicamente, ideológicamente, físicamente, etc.— y es probable que continúen las luchas feministas que llevarán a nuevas mejoras en la condición de la mujer. Sin embargo, aunque es posible ver que con la lucha varios aspectos del sexismo van perdiendo fuerza, hay aspectos del capitalismo que hacen muy poco probable la total igualdad económica de mujeres y hombres en el capitalismo. Esto es porque el capitalismo se basa en la necesidad de maximizar sus ganancias en un sistema tal que las mujeres estén en una desventaja natural.

En la sociedad capitalista, la habilidad de dar a luz es un defecto. El rol biológico de la mujer implica que (si tienen hijos) tendrán que tomarse al menos alguna licencia con goce de sueldo en su trabajo. Su rol biológico también las hace en última instancia responsable por cualquier chico que traigan al mundo. En consecuencia, la licencia paga por maternidad, permiso para uno de los padres, licencia de padres, licencia para encargarse de hijos enfermos, guarderías gratuitas y servicios para la atención infantil, etc., serán siempre especialmente relevantes a las mujeres. Por esta razón las mujeres son económicamente más vulnerables que los hombres en el capitalismo: ataques a las ganancias como guarderías, permisos a un padre, etc. afectarán siempre desproporcionadamente más a la mujer que al hombre. Y sin embargo sin plena igualdad económica es difícil verle un fin a las desiguales relaciones de poder entre mujeres y hombres y la ideología asociada al sexismo. Entonces, aunque podemos decir que el capitalismo podría acomodarse a la igualdad del hombre y la mujer, la realidad es que la realización total de esta igualdad será muy poco probablemente lograda en el capitalismo. Esto es simplemente porque hay una penalización económica relacionada a la biología de la mujer, que hace que la sociedad capitalista, movida por la ganancia, sea inherentemente parcial contra la mujer.

La lucha por la emancipación femenina en los movimientos de la clase trabajadora

Uno de los mejores ejemplos de cómo la lucha por el cambio puede acarrear cambios reales y duraderos en la sociedad es la gran mejora en el status de la mujer, sus derechos y calidad de vida; todos logros que la lucha por la liberación femenina ha alcanzado en varios países alrededor del mundo. Sin esta lucha (que yo llamaré feminismo a pesar de que no todos y todas las que lucharon contra la subordinación femenina se habrían identificado como feministas), las mujeres claramente no habríamos logrado los gigantescos avances que hemos tenido.

Históricamente, la lucha por la emancipación femenina fue evidente dentro del movimiento anarquista y otros movimientos socialistas. Sin embargo, como un todo estos movimientos tendieron a tener una relación de alguna manera ambigua con la liberación femenina y otras luchas feministas más amplias.

Aunque siempre ha sido central al anarquismo el énfasis en la abolición todas las jerarquías de poder, el anarquismo tiene sus raíces en la lucha de clases, en la lucha para derrotar al capitalismo, con su aspiración finalista de crear una sociedad sin clases. Como la opresión de las mujeres no está tan íntimamente atada al capitalismo como lucha de clase, la liberación de las mujeres ha sido históricamente y en gran medida continúa siendo vista como un objetivo secundario en la creación de una sociedad sin clases, no tan importante o tan fundamental como la lucha de clases.

¿Pero a quién no le es importante el feminismo? De seguro para la mayoría de las mujeres en los movimientos socialistas la suposición que una transformación profunda en las relaciones de poder entre mujeres y hombres era parte del socialismo era vital. De todas maneras, tendía a haber más hombres que mujeres activos en los círculos socialistas y los hombres jugaron un rol dominante. Las demandas de las mujeres fueron marginadas por la primacía de la clase y también porque mientras los temas que afectan a los trabajadores también afectan a las trabajadoras de manera similar, lo mismo no era cierto para las temáticas particulares de la opresión de la mujer como sexo. La igualdad social y económica de la mujer era a veces vista como algo que entraba en conflicto con el interés material y las comodidades del hombre. La igualdad de las mujeres requería profundos cambios en la división de tareas tanto en el hogar y el trabajo como cambios en todo el sistema social de autoridad masculina. Para lograr la igualdad de las mujeres una reevaluación de la propia identidad debería también hacerse en la que la “identidad masculina” no pudiera ya depender de ser visto como más fuerte o más capaz que la mujer.

Las mujeres tendían hacer la conexión entre la emancipación política y personal, con esperanzas que el socialismo produciría una mujer nueva y un hombre nuevo al democratizar todos los aspectos de las relaciones humanas. De todas maneras, encontraron muy difícil, por ejemplo, convencer a sus propios compañeros que la desigual división del trabajo en el hogar era un tema político importante. En las palabras de Hannah Mitchell, activa socialista y feminista de principios del siglo XX en Inglaterra, sobre su doble turno de trabajo afuera y adentro del hogar:

“Incluso mi descanso dominical se fue ya que pronto descubrí que gran parte del discurso socialista sobre la libertad era sólo discurso y que estos jóvenes hombres socialistas esperaban cenas de domingo y té con grandes tortas caseras, patés de carne y pasteles exactamente como sus compañeros reaccionarios”.[3]

Las mujeres anarquistas en España en la época de la revolución social en 1936 tenían quejas similares al encontrar que la igualdad hombre-mujer no se llevaba bien con las relaciones personales íntimas. Martha Ackelsberg anota en su libro Mujeres Libres de España que aunque la igualdad de las mujeres y hombres fue adoptada oficialmente por los movimientos anarquistas españoles tan temprano como en 1872:

“Virtualmente todas mis informantes se lamentaban de que, sin importar cuán militantes fueran en las calles, hasta los anarquistas más comprometidos esperaban ser “amos” en sus hogares —una queja que hizo eco en muchos artículos escritos en diarios del movimiento y revistas durante este período”.

El sexismo también ocurría en la esfera pública, donde, por ejemplo, las militantes mujeres a veces encontraban que no eran tratadas seriamente ni con respecto por sus camaradas hombres. Las mujeres también enfrentaban problemas en su lucha por la igualdad dentro del movimiento sindical en el siglo XIX y XX, cuando la situación desigual de hombres y mujeres en el trabajo pago era un tema incómodo. Los hombres en los sindicatos argumentaban que las mujeres rebajaban los salarios de los trabajadores organizados y algunos creían que la solución era excluir completamente a las mujeres del trabajo y elevar el salario masculino para que los hombres pudieran mantener a sus familias. A mediados del siglo XIX en Gran Bretaña un sastre resumió los efectos del trabajo femenino como sigue:

“Cuando comencé por primera vez a trabajar en esta rama [cortado de chalecos], había muy pocas sastres empleadas en la misma. Unos pocos chalecos blancos se les daban bajo la idea de que las mujeres los harían más limpiamente que los hombres...Pero desde el aumento de los sistemas de vapor, amos y capataces han buscado por todas partes por manos que pudieran hacer el trabajo por menos que el promedio . Entonces se hizo a la esposa competir con el esposo, y a la hija con la esposa... Si el hombre no va a reducir el precio de su trabajo a aquel de una mujer, deberá permanecer desempleado”.[4]

La política de excluir a las mujeres de ciertos sindicatos a menudo quedaba determinada por la competencia de bajar los salarios más que la ideología sexista, aunque la ideología también jugó un rol. En la industria del tabaco en los comienzos del siglo XX en Tampa en los EEUU, por ejemplo, un sindicato anarcosindicalista, La Resistencia, formado más que nada por emigrados cubanos, buscó organizar a todos los trabajadores a lo largo y ancho de la ciudad. Más de la cuarta parte de sus miembros eran mujeres que deshojaban el tabaco. El sindicato fue denunciado como antimasculino y antiamericano por otro sindicato, la Unión Industrial de Fabricantes de Cigarros que perseguía estrategias exclusivistas y que “muy renuentemente organizaba a las trabajadoras en una sección separada y secundaria del sindicato”.[5]

La fuerza motriz de la liberación de la mujer fue el feminismo

Está en general bien documentado que la lucha por la emancipación de la mujer no ha sido siempre apoyada y que históricamente las mujeres han enfrentado el sexismo dentro de las organizaciones para la lucha de clase. Los logros incuestionables en la libertad de la mujer que se alcanzaron son gracias a aquellas mujeres y hombres, dentro de las organizaciones de lucha de clase así como sin éstas, que desafiaron al sexismo y pelearon por mejoras en las condiciones de la mujer. Es el movimiento feminista en todas sus variantes (clase media, clase trabajadora, socialista, anarquista...) que ha liderado el camino en la liberación femenina y no movimientos focalizados en la lucha de clase. Yo hago énfasis en este punto porque aunque hoy el movimiento anarquista como un todo sí apoya un fin a la opresión de la mujer, aún permanece una desconfianza hacia el feminismo, con anarquistas y otros socialistas a veces tomando distancia de éste porque a menudo carece de un análisis de clase. Y sin embargo es al mismísimo feminismo al que debemos agradecer por cada avance real que las mujeres han hecho.

¿Qué tan relevante es la clase cuando se trata de sexismo?

¿Cuáles son las aproximaciones comunes al feminismo por los anarquistas que levantan la lucha de clases hoy? En un extremo de reacción contra el feminismo tenemos el punto de vista absolutamente reduccionista a la clase: Sólo importa la clase. Este punto de vista dogmático tiende a ver al feminismo como divisionista (¿de seguro que el sexismo no es más divisionista que el feminismo?) y una distracción de la lucha de clases y se agarra de que cualquier sexismo que de hecho existe va a desaparecer automáticamente con el fin del capitalismo y la sociedad de clases.

Sin embargo, un enfoque más común desde el anarquismo al feminismo es la aceptación de que el sexismo sí existe, no va a extinguirse automáticamente con el fin del capitalismo y se necesita luchar contra él aquí y ahora. Aún así, como se mencionó antes, a las anarquistas les cuesta dolores separarse ellas mismas del feminismo “convencional” por su falta de análisis de clase. En su lugar, se acentúa que la experiencia del sexismo es diferente en cada clase y que por ende la opresión de las mujeres es un tema de clase. Es muy cierto que la riqueza mitiga en cierta medida el efecto del sexismo: Es menos difícil, por ejemplo, obtener un aborto si no tenés que preocuparte sobre cómo juntar el dinero para el viaje al exterior; temas sobre quién hace la mayor parte del trabajo doméstico y el cuidado de los niños se vuelven menos importantes si podes pagar a alguien más para que ayude. También, dependiendo de tu trasfondo socioeconómico tendrás diferentes prioridades.

De todas maneras, en este constante acento sobre como la experiencia del sexismo está diferenciada por clase, los anarquistas parecen pasar por alto o ignorar algo que también es cierto: que la experiencia de clase está diferenciada por sexo. El problema, la injusticia, del sexismo es que hay relaciones desiguales entre mujeres y hombres dentro de la clase trabajadora y de hecho en toda la sociedad. Las mujeres siempre están en desventaja respecto a los hombres de su propia clase.

En mayor o menor medida el sexismo afecta a las mujeres de todas las clases; sin embargo un análisis feminista que no enfatice la clase es a menudo objeto de crítica. ¿Pero es relevante la clase para todos los aspectos del sexismo? ¿Cómo es relevante por ejemplo la clase en la violencia sexual? La clase de seguro que no siempre es el punto más importante en todos los casos. A veces hay una insistencia en tomar un análisis de clases para todas las posiciones feministas como si se necesitara darle credibilidad al feminismo, para validarlo como una lucha que valga la pena para los anarquistas que levantan la lucha de clases. Pero esta instancia pasa por alto lo central que es, de seguro, que estamos contra el sexismo, ¿en todas sus formas a cualquiera que afecte?

Si una persona es golpeada a muerte en un ataque racista, ¿necesitamos saber la clase de la víctima antes de expresar rabia? ¿No nos concierne el racismo si resulta que la víctima es un miembro bien pago de la clase dominante? De manera similar, ¿si alguien es discriminado en el trabajo por su raza, sexo o sexualidad, sea esa persona personal de limpieza o un profesor de la universidad, de seguro en ambos casos está mal y está mal por las mismas razones? Claramente, la liberación de la mujer es, por propio derecho, algo por lo que vale la pena luchar como, en general, la opresión y la injusticia son cosas contra las que vale la pena luchar, no importa la clase del oprimido.

¿Mujeres y hombres del mundo unidos contra el sexismo?

Dado que una cosa que las mujeres tienen en común a través de las clases y las culturas es la opresión, hasta cierto punto, ¿podemos nosotras como sexo llamar a las mujeres (y hombres) del mundo a unirse contra el sexismo? ¿O hay intereses de clase opuestos que harían inútil tal estrategia?

Los conflictos de interés de seguro que pueden aparecer entre las mujeres de clase trabajadora y las ricas de clase media o de la clase dominante. Por ejemplo, en Francia, en una conferencia feminista en 1900 las delegadas se dividieron ante el tema del mínimo salario para las sirvientas domésticas, medida que habría lastimado los bolsillos de aquellos que podían pagar sirvientes. Hoy, las consignas por ausencia con goce de sueldo por paternidad o los servicios de guarderías enfrentarán la oposición de los dueños de los negocios que no quieren que achiquen sus ganancias. El feminismo no es siempre bueno para la generación de ganancias en el corto plazo. Las luchas por la igualdad económica con los hombres en la sociedad capitalista necesariamente incluirán una lucha continua y permanente por reivindicaciones —esencialmente una lucha de clase.

Entonces, los diferentes intereses de clase pueden a veces poner obstáculos a la unidad feminista en un nivel práctico. Es de todas maneras mucho más importante para los anarquistas acentuar la conexión con el más amplio movimiento feminista que enfatizar las diferencias. Después de todo, las clases dominantes están en minoría y la vasta mayoría de las mujeres en la sociedad comparten un interés común en ganar la igualdad económica con el hombre. Además, muchas temáticas feministas no están afectadas por tales conflictos de interés basados en la clase pero conciernen a todas las mujeres en distinto grado. En lo que tiene que ver con los derechos reproductivos, por ejemplo, los anarquistas en Irlanda hemos estado y continuamos estando involucrados en grupos pro-choice [por la legalización del aborto] al lado de partidos capitalistas sin comprometer nuestras políticas porque, en lo que tiene que ver con la lucha contra el sexismo que niega a las mujeres el control de sus propios cuerpos, ésta es la mejor táctica. Finalmente, vale la pena también notar que a menudo el rechazo del “feminismo de clase media” viene de los mismos anarquistas/socialistas que abrazan la definición marxista de clase (dada al inicio de este artículo) que ubicaría a la mayoría de las personas de clase media firmemente en el rango de la amplia clase trabajadora.

Reformas, no reformismo

Hay dos enfoques que podemos tomar hacia el feminismo: nos podemos distanciar de otras feministas enfocándonos en la crítica al feminismo reformista o podemos apoyar totalmente la lucha por las reformas feministas mientras permanentemente decimos ¡Queremos más! Esto es importante especialmente si queremos hacer al anarquismo más atractivo a las mujeres (una encuesta reciente del Irish Times mostraba que el feminismo es importante para más del 50% de las mujeres irlandesas). En la visión anarcocomunista de la sociedad futura con su principio guía, a cada cual según sus necesidades, de cada cual según sus posibilidades, no hay parcialidad institucional contra la mujer como la hay en el capitalismo. Además de los beneficios tanto para las mujeres y hombres el anarquismo tiene un montón para ofrecer a las mujeres en particular, en términos de libertad sexual, económica y personal yendo más profundo y ofrece sobre todo más que cualquier igualdad precaria que pueda ser alcanzada bajo el capitalismo. Deirdre Hogan

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